
(Por Cristian Paladino) – Las recientes declaraciones de Ángel Correa no solo destapan una verdad largamente silenciada, sino que también vuelven a abrir una herida que muchos pretendieron ocultar bajo la alfombra de la indiferencia institucional.
“De San Lorenzo me fui mal con la dirigencia que estaba, porque vine a hacerme la revisión y me salió el problema del corazón. A ellos solo les importaba venderme y yo no sabía si iba a volver a jugar”, dijo Ángel. Y lo dijo con el coraje que lo caracteriza, pero también con una nobleza admirable al aclarar: “Guardo un grandísimo recuerdo de la gente”.
Como alguien que siguió de cerca cada paso de su camino en las Divisiones Inferiores de San Lorenzo, puedo dar fe de que todo lo que expresó es absolutamente cierto. Porque cuando más necesitó del club, cuando su salud estaba en juego y la angustia se había instalado en su joven carrera, no hubo un solo dirigente de peso que se tomara un avión para acompañarlo, ni siquiera para ofrecerle un abrazo de contención.
Correa fue intervenido a corazón abierto en Estados Unidos. Y en ese momento tan delicado, la única persona que se acercó desinteresadamente fue Ricardo Saponare, un socio del club, que por decisión propia viajó hasta España para estar a su lado y colaborar con su entorno. Ninguna autoridad institucional movió un dedo. La desidia, como tantas otras veces, se disfrazó de silencio.
Pero el tiempo pone las cosas en su lugar. Ángel no solo volvió a jugar, sino que escribió una historia maravillosa en Atlético Madrid, en Europa, en la Selección Nacional. Fue campeón del mundo en Qatar, un título que muchos celebraron sin siquiera recordar que en un momento clave de su vida, Correa fue olvidado por quienes debían cuidarlo.
Que hoy tenga la valentía de contarlo no es una muestra de rencor, sino una muestra de amor. Porque Ángel supo separar a esa dirigencia insensible de la gente que lo acompañó siempre, y también del mundo del fútbol juvenil azulgrana que lo vio crecer como futbolista y como persona.
Esta realidad que expone su testimonio no puede ser desestimada ni minimizada. Mucho menos en tiempos donde algunos de los que protagonizaron esa falta de humanidad intentan reciclarse como salvadores del club, como si no tuvieran responsabilidades sobre la profunda crisis que San Lorenzo atraviesa.
Hoy, más que nunca, el fútbol juvenil necesita dirigentes con visión de futuro, con capacidad de gestión y, sobre todo, con amor verdadero por el club. Necesitamos un departamento de fútbol formativo a la altura de nuestra historia, con instalaciones dignas, con un plan serio de proyección nacional e internacional, con marketing, con comunicación, con ideas, con presupuesto y con personas capacitadas que estén todos los días, no solo cuando hay elecciones o promesas de campaña.
Invirtamos. No es gastar, es sembrar futuro. Apostar por el semillero es construir el San Lorenzo que soñamos. Es devolverle al club su esencia. Es acompañar a nuestros pibes como se lo merecen, no solo en los goles o en los triunfos, sino cuando más lo necesitan. Porque no son solo jugadores: son hijos del club, son nuestros compañeros de ruta.
Que no les falte ropa. Que no les falten pelotas. Que no les falte apoyo. Que no les falte cuidado. Que nunca más les falte el club.
Gracias, Ángel, por hablar. Gracias por recordarnos que el verdadero sentido de pertenencia no se declama, se demuestra. Con palabras. Con acciones. Y con ese corazón enorme que te llevó a lo más alto del mundo.
Ojalá tu testimonio sirva para que nunca más un pibe del club se sienta solo. Y para que de una vez por todas, empecemos a construir un San Lorenzo con memoria, con compromiso y con alma.